Atletismo: Camino de los deportistas cíborgs | Deportes

La marcha, todo el atletismo, es la relación entre la biomecánica y la fisiología, entre el contacto con el suelo para que este devuelva el impulso y la capacidad cardiorrespiratoria del dueño de los pies que se resuelve en economía de movimiento, aumentar la velocidad y reducir el gasto, y a María Pérez, maestra de la eficiencia y del consumo máximo de oxígeno, bien le gustaría demostrarlo estos días, golpear al suelo fuerte con los dos pies siempre bien apoyados y ligeros, flexibles, pero no puede.

La doble campeona del mundo se tiene que conformar con andar sobre el agua sin extensión de cadera con un cinturón flotador, y con nadar en la piscina en altitud del CAR de Sierra Nevada, porque se recupera de una lesión, una fractura por estrés del sacro, los huesos en la base de la columna vertebral a la que unen con la pelvis, la bisagra del marchador. “Esto es el deporte”, dice su entrenador, Jacinto Garzón. “Ha estado un mes parada y ha sido durísimo mentalmente, porque si no hace ejercicio el cuerpo del deportista deja de segregar dopamina o serotonina, las sustancias que levantan el ánimo”.

El marchador Diego García y su entrenador, José Antonio Quintana, durante el ensayo.
El marchador Diego García y su entrenador, José Antonio Quintana, durante el ensayo.Jose Antonio MIGUELEZ (Miguelez Team)

Cuando vuelva a entrenarse, y no será muy tarde, pasadas las Navidades y las múltiples galas del deporte en las que en toda España se la reconoce como la mejor deportista de 2023, María Pérez, todo corazón y fuerza, pisará las calles nuevamente a toda velocidad, a 14 por hora, por ejemplo, con la cabeza en las nubes de París 2024, donde le esperan una, o dos, medallas olímpicas (relevo mixto y 20 kilómetros), unas gafas oscuras sobre la nariz y en los empeines de las zapatillas dos chips atómicos de peso mínimo (11 gramos cada uno) que ella misma contribuyó a diseñar y que entre los sabios de la federación española de atletismo y los ingenieros de Movistar han ingeniado. Son los llamados IMUs de los que nadie en el mundo parece poder prescindir ya, sensores inerciales que miden el movimiento, la aceleración lineal y la velocidad y la orientación angulares, en tres dimensiones.

“El sensor envía datos brutos que por medio de un algoritmo y el uso de inteligencia artificial nuestro programa transforma en un dato clave en la marcha, el tiempo de vuelo, el tiempo en el que los dos pies del marchador están simultáneamente en el aire”, explica Antonio Martín, ingeniero de Telefónica.

El reglamento de la marcha exige que la pierna que se adelanta esté recta, la rodilla en un ángulo de 180 grados, en el momento de pisar, y que la posterior aún mantenga contacto “visible” (a simple vista, a velocidad real, no a través de un monitor con repetición de imágenes a cámara lenta) con el pavimento.

La física, sin embargo, impone que es imposible marchar a más de 10 kilómetros por hora sin, en cierta forma, correr, sin levantar a la vez los dos pies del suelo. El llamado tiempo de vuelo en cada paso a 10 por hora es, según los estudios publicados, de unos 10 milisegundos, y aumenta según crece la velocidad llegando a 49 milisegundos a 15 por hora, cuatro minutos el kilómetro, la velocidad de crucero en la prueba masculina de los 20 kilómetros, y a 60 milisegundos, el límite de la percepción humana, en el caso de las mujeres a 14 por hora.

La única forma de aumentar la velocidad y mantenerse dentro del reglamento es mejorando la técnica. Y para eso llegan los chips prodigiosos de los IMUs, y para eso María Pérez, una atleta que sufrió problemas de técnica en 2022, ha trabajado, colaborando en el establecimiento del algoritmo. Después, disfrutará de su ayuda en los entrenamientos.

Juan Carlos Álvarez muestra un sensor inercial
Juan Carlos Álvarez muestra un sensor inercialJose Antonio MIGUELEZ (Miguelez Team)

“La clave del sistema es que el marchador puede ser informado en directo de su tiempo de vuelo para que, entrenando, mejore su técnica”, explica Juan Carlos Álvarez, responsable de desarrollo tecnológico de la federación (el llamado Athletics Innovation Hub) y entrenador de saltos. “Gracias al algoritmo y al uso de la nube para computar, un reloj con sistema operativo IOS o unas gafas del mercado con recuadro para datos transforman los impulsos eléctricos que le llegan del sensor en información digerible. El atleta la puede recibir en forma de vibración en la muñeca cuando sobrepase el límite de vuelo que haya fijado el entrenador, o mediante colores de semáforo o números que le saltan en las gafas”.

Si el futuro se perfila de atletas cíborgs, mitad humanos, mitad dispositivo electrónico, el pasado reciente era el de deportistas y sus instrumentos de acción parcheados con sensores que medían sus datos biomecánicos, velocidad, fuerza, potencia, y sus datos fisiológicos, pulsaciones, lactato, y los almacenaban en sus computadores para que el entrenador los analizara a posteriori. El presente que guía hacia el deportista cibernético es el de un atleta y sus implementos parcheados y conectados permanentemente con el exterior, transmitiendo una información inmediata.

Conexión permanente

Las zapatillas de los marchadores no serán el único elemento en el que se implanten sensores inerciales. “Hemos hecho ya estudios del vuelo del disco en los lanzamientos, los hemos colocado en la base de una pértiga para estudiar su comportamiento en el momento de clavarse en el cajetín y hemos trabajado con Asier Martínez para estudiar cómo mejorar su paso de vallas y poder mejorar, disminuir, su tiempo de vuelo sobre ellas y la distancia que separa el pie de su superficie”, explica Álvarez. “La nube y la posibilidad de convertir todos los datos en inmediatos lo han cambiado todo”.

En el que quizás fue su último acto público como presidente del Consejo Superior de Deportes (CSD), horas antes de dimitir sorprendentemente, Víctor Francos presidió la presentación del sistema la semana pasada en el CAR de Madrid. Mientras el marchador, e intérprete de trombón, grandes pulmones y magníficos labios, Diego García se exhibía en el tapiz rodante, Francos se autodefinía como un cazador furtivo de esfuerzos y motivaciones en los predios que el edificio del CSD comparte con el CAR y recordaba que el dinero necesario para la investigación procedía de los 75 millones destinados al deporte de los fondos europeos. “Nosotros ponemos el dinero, los deportistas, el talento”, resumió Francos. “Queremos estar siempre con los primeros en tecnología y en deporte. Tenemos que marcar la diferencia en los Juegos de París, pero, saquemos las medallas que saquemos, ya estamos orgullosos de nuestros deportistas”.

Entrenamiento por latidos, por vatios, por milimoles…

Es la evolución del entrenamiento en los deportes de resistencia, los que exigen esfuerzos continuados de 30 minutos o más. Hace nada, en los años 90, y parecen siglos, llegaron los pulsómetros, y Chuso García Bragado recuerda el día que su entrenador le dijo que ya que estaba de turista por Nueva York se comprara un Polar, un artilugio que no había en España. Y el histórico marchador al ver lo que era se preguntaba que a quién le iba a interesar eso, saber a qué velocidad iba su corazón cuando se entrenaba, que aquello sería un fracaso. Y fue el comienzo de un boom.

Empezó a hablarse de umbrales aeróbicos y anaeróbicos, delimitados por la velocidad del corazón, pero su aire de vanguardia tardó poco en ser reemplazado por los vatios. Primero en el ciclismo, luego en todas partes. Llegaron las bielas de SRM y los ciclistas empezaron a delimitar zonas de potencia y de metabolismo (utilización de grasas o de glicéridos como combustible del músculo) entre umbrales y a perfeccionar en cuáles deberían entrenar. Ya no se habla de aeróbico o anaeróbico, sino de umbral máximo, submáximo, umbral de potencia…

Poco tiempo de vida le quedan a los vatios, sin embargo, dicen algunos expertos preclaros que abogan por el entrenamiento en zona dos, aquella en la que las grasas dejan paso a los carbohidratos, delimitada por la medición de los lactatos generados al quemar el combustible. Hasta ahora los milimoles se medían pinchando en parado la oreja o el dedo del deportista y pegando la gota de sangre en una tira de contraste. Ahora llegan los parches para conocer el lactato instantáneamente y la carrera, y atletas y ciclistas ya se entrenan por milimoles, tantos minutos, tantos kilómetros a tres, a 2,5 a 5…

Los entrenadores no para de publicar y leer artículos científicos que validan o invalidan los wearables que salen al mercado, al gran bazar del rendimiento, que no se limita a zapatillas atómicas. Ya se puede medir en competición potencia, cadencia, velocidad, posición con las coordenadas GPS, temperatura, altitud, desnivel acumulado tanto positivo como negativo, vatios, kilos, potencia relativa, pulso, temperatura interna, temperatura de la piel, glucosa… Más conocimiento, quizás, que el que se pueda llegar a aprovechar.

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By Melissa Andreina Mendoza Araujo

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